Autor: Erick López Serrano.
Workshop de Guión Cinematográfico + Workshop de Cine Independiente
"Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia", decía Jorge Luis Borges. Desafortunadamente, no todos podemos sublimar esas sensaciones en cuentos preciosistas como los del argentino. De manera más prosaica, la mayoría de nosotros tendemos a dar cauce a nuestro resentimiento social mediante alguna variante de la violencia. Y es que, en un entorno en donde la desigualdad se ensancha, el trabajo se precariza cada vez más y los lazos familiares o comunitarios se diluyen, no parece muy sensato esperar que muchos reaccionemos como un hombre de letras.
Esta clase de respuestas violentas a los callejones sin salida cotidianos es la materia prima de no pocas cintas. En la clásica Taxi Driver (1976), un solitario e insomne ex veterano de guerra (Travis Bickle, interpretado por Robert de Niro), harto de atestiguar la miseria humana e incapaz de establecer una relación con una mujer, decide poner un poco de orden a su manera, que en su caso es asesinar un proxeneta explotador de menores de edad. A pesar de vivir en una de las ciudades epítomes de la modernidad como lo es Nueva York (o quizá por ello mismo), el protagonista es un tipo excluido, que funcionó como carne de cañón en una guerra insensata (la de Vietnam) pero que ahora no encuentra su lugar en el mundo. Irónicamente, su desprecio por su entorno transformado luego en ira será lo que lo redima socialmente al final, pues su ejercicio de justicia por propia mano será bien vista por una colectividad que, de otro modo, lo hubiera condenado al olvido.
En la otra costa de los Estados Unidos, en Los Ángeles, tiene lugar la historia de otro hombre desechable. En Falling down (titulada en español "Un día de furia", del año 1993), el personaje interpretado por Michael Douglas (denominado en los créditos como "D-Fens") da rienda suelta también a un enojo que, a juzgar por sus acciones en la película, debe sus orígenes a un sinfín de agravios cotidianos. La imposibilidad de llegar a casa gracias al tráfico (en una secuencia en donde se homenajea directamente a Fellini y su 81/2), los sobreprecios de los intermediarios, las absurdas reglas de un restaurante de comida rápida o la hostilidad de una banda de latinos empobrecidos que defienden su barrio, generan en él una especie de "efecto hulk" gracias al cual decide hacer las veces de un quijote empecinado en deshacer los entuertos que se atraviesan en su camino aunque con armas de verdad. A lo largo de su fúrica travesía de un día, el protagonista cae en la cuenta de que él, como otro desempleado que se topa en la calle, es alguien considerado "no viable económicamente", es decir, un don nadie en consideración del "mercado". Es inevitable no sentirse identificado con él en varios momentos, como cuando al atravesar un campo de golf increpa a los dos hombres mayores (por supuesto blancos) que juegan la partida gritando que en esos campos debería haber niños jugando y familias haciendo picnic, que es otra manera de subrayar la acumulación de la riqueza y de los recursos en pocas manos. Sin embargo, a diferencia de Travis Bickle, D-Fens no alcanza ningún reconocimiento social, sino solo el desprecio de su familia.
Del otro lado del continente, el argentino Damian Szifrón ejemplifica en Relatos Salvajes (2014) otros casos similares. En uno de los seis episodios o historias que conforman la cinta, un ciudadano funcional (trabajo y familia como lo dictan las normas sociales) ve cómo su vida se desmorona luego de que recibe una multa de tránsito por estacionarse en un lugar supuestamente prohibido, cuya banqueta deslavada, sin embargo, no permitía saber que lo era. Al tratar de enfrentar semejante sanción imprevisible y por ello inmerecida, este otro anti-héroe se topará con frustración ante un sistema cuya rigidez lo conducirá a la desesperación y, en última instancia, a detonar una bomba. El estruendo de ésta suple sus gritos nunca escuchados y le permite por fin desahogar su ira. A semejanza de Travis Bickle, el ahora rebautizado por su entorno como "Bombita" (interpretado por el omnipresente Ricardo Darín), encuentra luego de ejecutar el delito un aval social y hasta familiar del que nunca gozó al seguir los cauces institucionales.
Tanto Travis como D-Fens y Bombita nos recuerdan que la frontera entre la "civilización" y la "barbarie" es más bien tenue y porosa, y que todos estamos a un tris de explotar un día y descubrir nuestra propia condición como seres prescindibles y excluidos de un orden cuyos beneficios solo pueden ser disfrutados por unos pocos. Ahora, a finales del 2018, a propósito del movimiento de protesta de los llamados "chalecos amarillos" en Francia (en donde los enfrentamientos con la policía y la quema de vehículos han mostrado una violencia inusual en tiempos recientes en dicho país), la escritora y documentalista Rokhaya Diallo ha dicho de esos manifestantes que "su desesperación puede a veces parecer ofensiva porque la ira no es cortés ni sofisticada. Es desorganizada, chocante y cargada de emoción, lo que puede traducirse en violencia [la que a su vez responde] a otras formas de violencia, mucho más insidiosas y dañinas: la exclusión social y la injusticia". Considerando las desigualdades que cada día se consolidan más en prácticamente todo el mundo, quizá lo extraño no es que haya personas como Travis, D-Fens y Bombita, sino que no haya aún más como ellos fuera de las pantallas.
Comments