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CUANDO MENOS ES MÁS

Autor: Erick López Serrano.

Workshop de Foto y Cinefoto + Guion Cinematográfico + Workshop de Cine Independiente




En un reciente artículo publicado en el New York Times, Martin Scorsese escribía que el problema de las películas de superhéroes que hoy dominan las taquillas alrededor del mundo es que en ellas “se ha eliminado el riesgo”, pues se trata de fórmulas que se repiten una y otra vez con el mismo resultado, películas pensadas para el entretenimiento y el consumo inmediato así como para fungir como eslabones de una cadena cuyo fin último es hacer más y más dinero. En ellas, dice, no hay revelación, misterio o “un peligro emocional real”, es decir, todo aquello que pone en juego un creador a la hora de apostar por su propuesta.

En este entorno de recetas fílmicas probadas, llama la atención que en alrededor de un mes, la película Joker se haya convertido en la película más redituable en la historia de aquellas que provienen de un cómic, además de ser ya la cinta de este mismo tipo con más nominaciones a los premios Oscar. Con un presupuesto de 62.5 millones de dólares, la cinta ronda ya los mil millones de dólares de ingresos en taquilla, por lo que ha recuperado en poco más de 15 veces su costo. Son varios los motivos que llaman la atención de su éxito. No es una película familiar, ni que pueda permitir la venta masiva de juguetes o souvenirs de los personajes. No tiene un final feliz ni el “héroe” triunfa: más bien, narra el descenso de su protagonista a los infiernos auspiciados por una sociedad insolidaria y aplastante. Tampoco hace gala de los efectos especiales sin los cuales difícilmente podrían imaginarse casi todas las películas derivadas de los cómics; sí, en cambio, muestra una violencia sin oropeles más propia de nuestra cotidianeidad que de las higiénicas muertes o la coreografiada violencia del común de cintas de este tipo.



Como sea, Joker no deja de ser un producto pensado y gestado en términos industriales. Pero en lo que quiero detenerme por ahora es en el hecho de que aún en esos términos es notorio que una película de 62 millones de dólares pues ser más redituable que una de $356 millones como Avengers: endgame. Más que el dinero (siempre necesario), parece ser que son otros los elementos que hacen que una propuesta cinematográfica adquiera resonancia. Menos puede ser más.




Fuera del mundo de los blockbusters, dos películas ejemplifican cómo es posible elaborar piezas de arte con un presupuesto pequeño. El primer caso es el de . La libertad del diablo (2017, disponible en Netflix), un multipremiado documental mexicano de Everardo González. En él, víctimas y victimarios describen sus experiencias con la desaparición y asesinato de hombres, mujeres y niños; en medio, personajes del “orden” como policías y militares ponen en evidencia que trazar fronteras entre uno y otro bando no es fácil. Las entrevistas dominan casi toda su duración, pero un detalle catapulta visualmente la propuesta hacia un territorio peculiar: todos los personajes utilizan una capucha color carne que no solo los anonimiza, sino que crea un ambiente enrarecido en donde las descarnadas experiencias que los personajes comparten parecen dejar de pertenecer a un espacio maniqueo de buenos contra malos. Las máscaras como artilugio sitúan las puestas en escena en un espacio distinto y propio en donde la narrativa oficial de la “guerra contra las drogas” y las muertes “colaterales” se desmorona, dejando en su lugar un horizonte de dolor, desensibilización y desesperanza.


En otro ejemplo, A ghost story (2017) se vale de un recurso igualmente barato y hasta pueril para mostrar al fantasma que la protagoniza: una sábana con hoyos a la altura de los ojos suple cualquier truco digital que hubiese devorado los pocos dólares disponibles para la producción, que en su mayoría venían del sueldo que el director David Lowery cobró al hacer una película de disney; más impresionante aún es el hecho de que el resultado no se siente cómico ni baratero, sino que se acompasa de forma inmejorable con el tono de la cinta. En resumidas cuentas, la película retrata la soledad, tristeza y melancolía de un alma en pena que sigue anclado a este plano existencial luego de su muerte. Así contado, se antoja casi imposible imaginar cómo pueden transmitirse esa clase de emociones mediante un personaje que se encuentra cubierto enteramente por una tela la mayor parte del tiempo. A contrapelo de la industria de la que forma parte, el director se rehúsa a entregar esas sensaciones ya masticadas al espectador y recurre solo a su puesta en cámara (que en la mayor parte del tiempo permanece fija, observando serenamente como lo haría alguien condenado a la inmortalidad) y al montaje para entretejer una obra conmovedora casi carente de diálogos y que bien puede considerarse como una de las mejores películas de los últimos años como bien se explica en este videoensayo. En pocas palabras, una sábana y un tripié fueron dos de los mejores aliados de este proyecto.

Por diversas razones y en distintos niveles, estos tres ejemplos son una buena muestra de que lo más importante de una película no es tener el presupuesto más elevado posible. Como tantas veces ocurre en el medio cinematográfico mexicano, la escasez puede atizar la imaginación. Una lección que quienes estudiamos o gustamos del cine no debemos perder de vista, y mucho menos quienes aspiran a hacerlo. Menos puede ser más.



Erick López Serrano

@eloserr

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